Asociar el 10 a la perfección. Desde que los pitagóricos consideraban esta cifra como la mejor porque el volumen de números primos entre 1 y 10 era igual al de no primos (2, 3, 5 y 7 en el primer apartado; y 4, 6, 8 y 9 en el segundo) buena parte de nuestra sociedad y nuestra cultura ha girado en torno a la veneración del diez.
Incluso los Mandamientos, que encierran el génesis del Catecismo de la Iglesia Católica, se cuentan por una decena. Desde el “Amarás a Dios sobre todas las cosas” al “No codiciarás los bienes ajenos”, lo cierto es que, generación tras generación, hemos ido memorizando y repitiendo ese decálogo.
También en la comunicación de crisis ocurre algo similar: existe una sólida base teórica que sistemáticamente se ha ido conjugando -muchas veces con la misma esencia memorística y no estratégica- con independencia de los ritmos que marcaba la propia realidad. Lo hemos vivido, por desgracia, durante esta pandemia que nos ha acompañado en estos últimos doce meses.
Y es que, del mismo modo que el octavo mandamiento (“No darás falsos testimonios ni mentirás”) se convertía en uno de los más evocados aquí y allá, la gestión comunicativa de este proceso ha tenido también mucho de eso, de testimonios poco ajustados a la verdad… o siquiera a la verosimilitud.
Probablemente el error más grave que se ha cometido -y que se continúa cometiendo- está relacionado con el manejo de las expectativas. Cuando se trata de la gestión de un intangible, como es la comunicación, y en un contexto de especial vulnerabilidad y sensibilidad, como una crisis sociosanitaria, este octavo mandamiento escala posiciones hasta convertirse en el primero.
Nos adentramos en las luces y sombras de la comunicación institucional -autonómica, nacional e internacional- en este reportaje de Nobbot.
